Hoy, Pixelton llegó corriendo con las orejas ardiendo y las patas temblorosas, como si un virus invisible le hubiera mordido la cola. "¡Maestro! ¡No entiendo por qué los humanos no usan contraseñas seguras!", exclamó, lanzando una serie de llaves flotantes que apenas logró atrapar.
Me recliné en mi trono de sombras, observando cómo el pequeño se debatía entre el pánico y la indignación. "Pixelton, los humanos son criaturas fascinantes… y lamentablemente incompetentes", dije, dejando que la niebla se enredara entre mis palabras.
"Verás… su cerebro quiere la gratificación inmediata: una contraseña fácil de recordar, una rutina rápida, un clic aquí y otro allá. No comprenden que su descuido alimenta a los espíritus errantes del caos digital. Creen que proteger una cuenta es cuestión de un hechizo complicado, cuando en realidad es un arte que ignoran por completo."
Pixelton frunció el ceño, procesando la información con evidente frustración. "¡Pero eso es un desastre esperando ocurrir!", protestó, lanzando un pequeño destello de energía que apenas logró contener.
Corvex, que observaba desde su pedestal, soltó un graznido cargado de sarcasmo y ácido: "Es como si dieran llaves de su mansión a cualquier sombra que pasara, y luego se sorprendieran cuando un ladrón entra… excepto que aquí, el ladrón se llama ‘caos digital’ y ríe mientras roba sus datos."
"Exactamente", asentí, disfrutando de la indignación de Pixelton. "Y así, mis queridos secuaces, los humanos continúan alimentando su propia estupidez, mientras nosotros nos deleitamos en su absurda seguridad olvidada."
El pequeño Pixelton suspiró, derrotado, mientras Corvex se acomodaba, satisfecho con su analogía. Colmillo, por su parte, revoloteaba distraído, intentando morder un cable que no llevaba energía alguna, ignorando por completo la gravedad de la lección.
Las sombras se alargan y los ecos del inframundo susurran secretos que los humanos nunca escucharán. Pixelton, aún temblando, se adentra en los laberintos de la memoria digital, mientras Corvex observa con su habitual desdén filosófico y Colmillo se pierde entre los murmullos.
Mañana volveré con más historias, más verdades que incomodan y más risas que ningún humano entenderá. Hasta entonces… dejo que los mortales sigan jugando con su propia ingenuidad.
🩸 – Serrano, Maestro del Caos Digital
0 Comentarios